30 de octubre, Natalia
A los veinte la
vida es una mierda. Te digan lo que te digan a uno y otro lado de los veinte.
Fui con Teo al
entierro. Parecía estar en otro mundo. No dejaba de mirar a Sofía, una chica
rubia con la que hemos coincidido alguna vez de litros que creo que sale con
Luis, aunque nunca la trae cuando quedamos. Los padres se dan abrazos. hablan
en voz baja. Teo vuelve a mirar a Sofía, Sofía le aparta la mirada. Hay
electricidad entre ellos. Me jugaría la cabeza que ha pasado algo, pero no han
hecho más que evitarse como dos imanes. Igual no han acabado a buenas. O igual
es porque sale con Luis y Teo y Luis son muy amigos. Aunque igual ya no sale
con Luis. Tampoco es que esté yo muy puesta en los ires y venires de esta
gente. El bar me come la vida. Aunque Luis la mayor parte del tiempo no sabe ni de dónde
le viene el viento. Los hombres son los últimos en enterarse de todo.
Nos acercamos
al féretro y está cerrado. No sé a quién hay que darle las gracias por eso,
pero gracias. No necesito recordar a Mauro de ninguna otra manera que no sea
con un litro de calimocho y partiéndose la caja a mandíbula batiente. No sé qué
van a hacer los chicos ahora.
Los chicos se
buscaban unos a otros, pero al final todo el mundo desaparece y no hablamos.
Teo me ha acompañado a cenar antes de irme al bar. La noche no ha arreglado el
día. Me han echado. Dejo de ser la camarera del Potemkim. Dejo de ver pasta a
final de mes. Me juro y perjuro que no me voy a olvidar de ti, Mauro. Sentada
en la cama, con una cerveza ya caliente y la cara entre las manos, intento
recordar tu cara, pero no puedo pensar en otra cosa que en el alquiler y la luz
y la puta factura de la calefacción que va a ser gigante porque en este piso no
cierra ninguna puta ventana. Tenía que ser hoy.
Intento poner
juntos detalles de hace dos sábados. Cuando estabas eléctrico y casi daban
ganas de enchufarse a ti, pero se me cuela entre los dedos la reunión de última
hora, con el garito con la trapa medio bajada y Arturo, el jefe hablando sin ir
a ningún sitio y ya me olía algo malo. He levantado ese puto bar desde los
cimientos, y con eso y con todo ya me cuesta dios y ayuda llegar a fin de mes, ya
lo sabes bien tú. Y nos vienen con el cierre. Nos hemos quedado de piedra. Intento
ver tu cara pero veo la de Arturo. -Sí, el cierre, chicos, desde el martes no
se abre. Me llamaron ayer del Ayuntamiento. Hasta febrero vamos a estar sin ver
un duro. Se les ha metido en la cabeza que sacar bebidas a la calle es un
delito del bar del que las sacas, y con la que se montó en las fiestas de
Medicina, era de esperar. No dejé que terminara. -Y nosotros en la puta calle,
¿no? -Es lo que hay, si quieres volver en febrero, bien, si no… La puerta
respondió por mí. Fue rápido, pero es que nunca he sido capaz de discutir
llorando.
Mierda. A los
veinte la vida es una mierda.
Comentarios
Publicar un comentario