A UN PASO DEL VACÍO   
(Piezas de un puzle que no encajan) 
David Yanez 

CAPITULO 5


Una noche,

senté a la Belleza en mis rodillas

y la encontré amarga.

 (Arthur Rimbaud, una temporada en el infierno)

 

29 de Octubre, David

Empezó a acercarse a mí y yo ya sabía que iba a tratar de besarme. Lo supe en el momento en que sacó la pistola de juguete y me dijo que qué estaba dispuesto a hacer y contesté que, con un arma apuntándome a la cabeza, casi todo era posible, y entonces me besó y yo jamás había pensado en dejar que otro tío me besase, pero había bebido demasiado en la fiesta y me pareció que al menos tenía que probarlo, y aunque me sentí un poco estúpido, porque no me gustaba él ni ningún otro tío, y es que de hecho no me gustan los hombres, le besé como si todo dependiera de eso, de probarme a mí mismo que podría hacerlo y de dejarle entrever lo que podría pasar, aunque de hecho, cuando me acarició la entrepierna supongo que empezó a notar algo raro, y me reí y le dije: oye, en serio no soy gay, estoy ciego pero ya está, no te lo tomes a mal, y él pensó que estaba convirtiendo a un culito travieso, pero para la segunda vez que me metió la mano dentro del pantalón y yo seguía con la picha floja y no paraba de reírme aunque él no paraba de besarme, empezó a darse cuenta de que, desafortunadamente, le decía la verdad. Aún así siguió besándome un rato, pero a mí ya no me parecía tan divertido. Ya lo había probado, fin. Le dije que no iba a acostarme con él porque quisiese saber cómo era montárselo con un tío, y que dejara de besarme, que nos íbamos a perdernos de los demás y lo empujé alejándolo un poco de mí, intentando que no termináramos a malas porque yo iba flotando como un globo de la feria y sin él no sabría encontrar a los demás.


Teníamos una pinta ridícula el uno frente al otro, más aún supongo mientras me besaba. Él estaba disfrazado de Rambo y se llamaba Víctor o algo así y en verdad tenía una pose muy masculina y eso así vestido, aunque también tenía una pose muy gay. Siempre pensé que los gays iban bien afeitados, aunque en realidad no sea cierto, porque les gusta llevar esa sombra de barba a lo Miguel Bosé y me pinchaba al besarme y era realmente desagradable, pero volvió a besarme y esta vez ya me sentí ridículo en serio porque se me estaba bajando el globo. Madrid, sábado cuatro de la mañana, quedaban dos días para Halloween, acabábamos de salir de una fiesta de disfraces en la que todo el mundo, salvo yo y Lauren, tenían el mismo trabajo, o al menos, trabajaban en la misma empresa. No recuerdo cual, pero era una cadena de hoteles. Ni puta idea si hacían las camas o pagaban las nóminas, yo iba pisando hasta el fondo y sin dar pie ya antes de llegar a la fiesta. Lauren -la chica que me había invitado, y de la que hablaré más tarde, porque hacía un par de semanas me había encaprichado de ella en otra fiesta, esta no de disfraces, pero en la que también todo el mundo trabajaba en lo mismo, y es que quizás es algo normal aquí en Madrid hacer fiestas de ese tipo y bueno, que no podía quitarle los ojos de encima esa noche-. Pero hacía una media hora todo se había vuelto del revés como un calcetín y en vez de estar agarrando la cintura de Lauren mientras la besaba en el cuello, ese cuello de potra yanqui recién salida del establo, me picaba el labio superior porque el tal Víctor, o como se llamase el pavo, me había raspado con la barba.


No te sientas mal, en serio, pero no soy gay, y bueno, quizá deberíamos irnos, dije. Y estaba tan extrañado por la situación como yo, y muy excitado. Aun así aceptó. Aunque me besó de nuevo y esta vez ya si que me sentí un idiota certificado, pero le di rienda porque si no, no iba a poder encontrar a los demás. Estábamos en un callejón en el que habíamos entrado para mear, él de Rambo y yo de Fidel Castro, y por suerte no llevaba la barba puesta, pero aún así me sentía de lo más idiota contándole que había venido a la fiesta por Lauren y que ya sabía que tenía una pose muy gay, que todas mis chicas anteriores -y no sé por qué dije eso- me lo habían dicho y sonrió y me dijo que besaba muy bien y me miró con los ojos encendidos como dos faros y siguió hablando sobre qué él también se había acostado con algunas mujeres, pero que no le excitaba demasiado en comparación, y yo ciego y todo ya sabía que diría “besarte” y sonreí antes de que lo dijera y volvió a intentar besarme, pero ya esta vez le hice la cobra y pregunté por Lauren. Era la primera vez que le hacía la cobra a alguien y se me antojó súper divertido y no podía parar de reírme y Víctor -si se llamaba así- siguió intentando convencerme con la cantinela de que en la cama era muy parecido con un hombre y con una mujer, porque al fin y al cabo nos excitan las mismas cosas, y resultaba ya todo tan patético que me sentí uno de los tipos del programa ese de “Jackass” donde hacen el subnormal por hacer el subnormal; aunque al fin y al cabo tampoco era para tanto porque estábamos en Chueca y había tíos besándose en todas las esquinas. Cuando llegamos al Club donde habían ido todos, algo me crujió por dentro y creí que iba a desmayarme en la cola, pero aguanté el tirón. Tiendo a perder el sentido bastante a menudo, y despierto siempre en sitios raros y lleno de moratones. Pero esta vez aguanté.


El garito era rollo fino, un edificio enorme, en medio de una plaza lleno de seguratas con trajes bien planchados y comunicadores como si fueran el FBI. Había una cola bastante pequeña para ser un sitio tan rimbombante y aunque no quería saberlo le pregunté cuánto valía entrar y cuando dijo que eran doce euros estuve a punto de irme a casa, porque no me fiaba demasiado de que hubiesen ido a un sitio tan caro y llamé a Lauren para ver si en verdad estaban allí dentro, pero no contestó y él parecía estar muy seguro y ya de buen humor y entramos y los seguratas estuvieron a punto de no dejarnos pasar por nuestros disfraces, pero al final se contentaron con quitarnos las pistolas de juguete y fueron catorce euros cada y yo sólo llevaba ocho encima y Víctor me pagó el resto guiñándome un ojo y yo ya no sabía exactamente qué estaba haciendo o si se llamaba Victor, pero Lauren había estado muy cariñosa en la fiesta y era el único al que había invitado, porque allí todos se conocían, y ni siquiera había invitado a sus otras amigas guiris con los que habíamos salido el día antes y el día antes de eso habíamos ido juntos al cine y no paraba de agarrarme de la mano y yo sabía que si hoy dejaba pasar esta oportunidad, y a sabiendas de que ella, Lauren, no paraba de hablar de su novio americano y de decir que era el chico de su vida y aunque era todo sensualidad en ese cuerpecito diminuto y esos ojos vacíos azul pálido y llevaba un disfraz de pirata, me hacía sentir un poco, no sé, como imperfecto, porque mi disfraz era bastante chabacano, y es que había tenido sólo media hora para prepararlo y había tenido que comprar una pistola de juguete y una gorra de pana verde en la licorería donde compré la botella para la fiesta. Pero lo importante es que tenía que encontrar como fuera a aquella americana chiquitita de ojos fulgurantes. Porque las chicas con el pelo corto siempre me han arruinado la vida y aquella noche no iba a hacer una excepción. El que decía que se llamaba Víctor me dió la entrada para que pidiera una copa, pero le dije que se la quedara, que al fin y al cabo él había pagado la mitad de mi entrada, pero insistió. Whiscy-cola y Gin-tonic, o quizás era otra cosa y recuerdo lo que quiero recordar. Y la discoteca era impresionante y todo el mundo parecía estar pasándoselo bien.

 

Esperaba no tener que quedarme con Víctor, porque aunque me caía bien no cambiaba el hecho de que hacía menos de un cuarto de hora me estaba metiendo la lengua en la boca y sabía que lo iba a volver a hacer en cualquier momento, y aún me picaba la barbilla. Entonces gritó ¡Allí están! y creí que a partir de ahora todo iría bien.

 

Lauren bailaba como poseída más que borracha en el centro de un círculo que habían echo a su alrededor y todos se alegraban mucho de vernos y Victoria, o puede que no se llamase así, la compañera de piso de Lauren que iba disfrazada de Gitana y que me había leído la mano en la fiesta, y estaba tan ciego que realmente la creí y Lauren estaba en mi línea del amor o al menos eso le decía mientras le tiraba de la camiseta y la besaba, pero fue un beso frugal y casi divertido y ella siguió bailando a mi alrededor con el sudor dorado restallándole sobre los pómulos a ritmo de la música y cuando la besé noté que estaba empapada en sudor porque me mojó la cara y quizás había tomado éxtasis, pero seguía bebiendo alcohol y realmente no me importaba demasiado, sólo quería acostarme con ella. Si hoy nos moríamos de una vuelta de rosca probablemente ni nos íbamos a enterar.

 

Víctor estaba a cierta distancia, riéndose como si quisiese arrancarse la mandíbula. Al tiempo, caí en que estaría contándoles la peripecia a todos, a pesar de que le pedí que no le dijese nada a nadie. No tanto por vergüenza –había perdido todo rastro de conciencia con el cristal que algún iluminado había decidido echar en el ponche para animar la fiesta del piso– como porque podía cortarme la mayonesa con Lauren y este era mi último cartucho, pero Lauren estaba totalmente en trance y Víctor se acercó y empezó a bailar con ella y a besarle el cuello para pincharme, pero yo estaba lo suficientemente borracho como para ver el icono de vidas infinitas sobre mi cabeza y sólo sonreía a todo y seguía bailando. Frotándome. Frotándonos. Unos contra otros, bajo la luna de cirstal y los laseres, ebrios, con el brillo del fuego en los ojos, como lo han hecho los que vinieron antes por miles de años, como lo harán los que vengan hasta el fin de los tiempos. Es el ritmo del tambor, no hay nada que podamos hacer. Víctor, o como se llamase, arrodillado entre las piernas de Lauren se alcanza hasta mi entrepierna y me acaricia, yo no puedo contener la erección mientras Lauren se gira y me besa con una lengua hinchada y perezosa mirando con los ojos entreabiertos y entrecerrados como una muñeca de porcelana sacudida por el ritmo de los tambores, en mitad del climax, con el subwoofer restallando, y allí, y aunque jamás en mi vida me había sentido provinciano, todo aquello: la discoteca, los alardes, las caricias, el cristal, de repente se me quedó grande. Yo era un chico pobre del interior, se veía. Y de repente sentí que todos los demás lo veían también.

 

Lauren seguía haciendo espirales totalmente colocada y muchos otros tipos empezaron a bailar con ella y a besarla y ella de vez en vez giraba la cara para evitarlo pero sonreía y bailaba y sudaba cristal y todo el mundo parecía demasiado demasiado y empecé a sentirme más y más incómodo en la ropa, y los tipos le agarraban el culo y ella no dejaba que la besaran y me buscaba y me besaba y parecía muy divertida y yo era un provinciano. Desaparecí.

 

El camarero, un tipo afeitado y musculado besaba a otro tipo afeitado y musculado con demasiado gel y tras esto le sirvió un vaso ancho con zumo de algo que se veía rosáceo bajo las luces de neon y quizás vodka, quizás Victor. No pagó. Después se acercó a mí y le pedí otro whisky con coca y entonces recordé que me había gastado todo el dinero y fingí buscar monedas en mi cartera para hacer tiempo hasta que el camarero se acercó hacia una chica que llevaba un top negro brillante algo más ancho que una cinta de cassette y agarré la copa y desaparecí de nuevo. Ya no tenía mi pistola de plástico, y si me descubría alguno de los inmensos seguratas estaba perdido, pero allí estaba Víctor besando a una chica morena con un antifaz de gato negro y cuando pasé por su lado me cogió de la cintura y me besó y dejé que lo hiciera, no sé muy bien por qué, y después me besó la chica y estuvimos así jugueteando por un rato. Me ofrecieron cristal. Era muy amargo, debía ser bueno. En verdad era una sensación muy agradable. Habría que darle las gracias al lumbreras que picó el ponche de la fiesta. Aunque tuviese que besar a Víctor para besar a la chica no me importaba demasiado. Besaba bien. Igual había sido ella la que había picado el ponche. No recuerdo que me la presentasen y no importaba demasiado en aquel momento. No necesitaba saber su nombre, No era Lauren. La chica tenía un antifaz de gata negro y sabía mi nombre, y me dijo que alguien había picado el ponche con cristal, y creo que fue lo único que dijo. Empezamos a besarnos uno a uno, dos a dos y después sin matemáticas empujamos a Víctor a un lado y seguimos besándonos y mordiéndonos y chupándonos, ajenos a todo. La chica tenía un antifaz de gata negro y empezó a masturbarme suavemente por fuera del pantalón y me cogió la mano y la puso en sus tetas, sabía mi nombre, tenía unas tetas bonitas, redondas y brillantes como las manzanas de un hipermercado. Sudaba cristal. Todos sudábamos cristal. Me empujó la cara contra sus tetas y empecé a chupárselas allí mismo y nadie se inmutó y seguían bailando al ritmo atronador de los tambores y yo estaba a punto de correrme y no parábamos de bailar y de mordernos y nos tirábamos del pelo, y de nuevo, la punzada. ¿Qué hago aquí? ¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Quién es esta tía? Sonreí para disimular el horror y le pedí que nos fuésemos a su casa. Yo vivía en el extrarradio, era un chico del interior con una habitación alquilada en algún sitio muy lejos de las luces estroboscópicas. Me besó y se fue al baño. Apreté mucho los dientes al sonreír. No podía dejar de pensar en cuando la compañera de piso de Lauren vestida de gitana me había leído la mano y en lo larga que era mi línea de la vida y en lo claro que estaba todo en aquel momento. Había una ruptura importante: Mónica, y después todo iba como la seda. Aquel nuevo comienzo podría ser allí mismo, igual la chica del antifaz era una señal mandada por Dios. Salir de aquel club y empezar a hacer las cosas en línea recta por fin.

 

Salió del baño, estaba cubierta en sudor –creo que el cristal te hace sudar– aún llevaba el antifaz de gata negro, a conjunto con un liguero y medias de redecilla. Recién entonces me di cuenta de que iba vestida de Catwoman, o de Catwoman putilla. No me vio al salir. La cogí del brazo y la besé con ansia, tirándole del pelo. –Vámonos, dije. Estábamos empapados en sudor. Entre la gente vislumbré a Lauren brillando bajo un foco de luz plateada como en una escena de un musical americano, la luz se colaba por su camiseta a rayas y hacía brillar sus pequeñas tetas. Estaba enamorado de ella.

 

La gata me llevó de la mano todo el camino, forzando el paso. No paraba de reírse como si hubiéramos roto cristales a pedradas. Se lanzó contra el asiento del tren y se quitó el antifaz, Era otra gata. Una mucho menos atractiva que la otra gata, castaña, ahora que la veía bajo la luz fluorescente. No le pregunté porque estaba totalmente seguro. Pensé en bajarme del tren pero no habría sabido volver al club y no tenía ningún sentido volver ya. Tiré de la chica hacia a mí y la besé. No había otra cosa que pudiera hacerse ya.

 

Cuando me desperté era ya bien pasada la hora de la comida, me despedí educadamente –todo lo educadamente que uno puede ser con una chica de la que no sabes ni el nombre– y baje en busca de la parada de metro más cercana. Pensé que tendría que escribir sobre todo esto, quizás crear un alterego o algo parecido para ahorrare el bochorno y mandarlo al periódico. Publicaban columnas. Teo. Teo sonaba bien. Acariciaba el paladar. Teo. Podría escribir una columna. No encontraba el metro y la resaca me estaba matando, así que terminé desandando mis pasos y volví al piso de la chica. Tras picar en varios portales terminé dando con el correcto. –Oye, no encuentro el metro. ¿Te importa bajar e indicarme? Tengo una orientación de mierda. Hubo una pausa larga donde sólo se oía el crepitar del telefonillo. –Estamos en Aranjuez espetó. Ya no tenía el halo brillante de la noche pasada, solo vergüenza y una resaca descomunal. no sabía cómo hacer para no quedar de imbécil, así que simplemente abracé y dije sí a todo. A la chica creo que le dio pena y me dio dinero para el tren. Creo que el sexo estuvo bien, aunque en verdad no me acordaba de nada. Ni siquiera recordaba la hora de tren hasta allí. Sólo recordaba saltar adentro del tren y darme cuenta de que era la gata equivocada. Debería escribir todo esto antes de que se me olvide. Teo, como el de los libros de cuando niño. El tren anunció la parada de Atocha. Madrid. Era mi último día allí.



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