Hace unos días me enconté con un libro que escribí hace diez años y que, por pura juventud, nunca creí lo suficientemente bueno para publicar.
He decidido reescribirlo. Una página al día. Y de paso revisiar quién era.
Han pasado cosas últimamente que me han echo ver que siempre voy a ser un extranjero en Malasia, así que he decido volver. No sé cuanto tardaré o si en verdad volveré. Pero el capítulo asiático se cierra para mi. Ha llegado la hora de volver a Europa. Nunca ha de quedarse uno donde no es bienvenido.
Volviendo al libro, os dejo con el primer capítulo (página). Es una historia sobre un grupo de estudiantes de universidad. Más de uno de los que habéis visto de mis películas reconoceréis de quién hablo. Esta es la semilla original de Muchos Pedazos de Algo y Desaparecer.
Filtrada a través de 10 años de experiencias, eso sí. Para bien o para mal, no soy ya este pollo de la foto.
A UN PASO DEL VACÍO
(Piezas de un puzle que no encajan)
David Yanez
CAPITULO 1
29 de octubre, Javier
Suena el teléfono. Es el padre de Mauro. Quiere
que hable en el entierro. Le digo que sí. No puedo decirle que no. Busco en el
frigorífico por si aún tengo cerveza. El teléfono, otra vez. Quedan 2 cervezas.
Me abro una cerveza y descuelgo. Es Marcos. Pregunta si estoy bien, si voy a hablar
en el entierro. Le digo que sí, pero no sé qué decir. Hablar de un amigo muerto
es como armar un puzle de su vida intentando quedarte solo con los buenos
momentos. Y sobre todo que no te sobren piezas. No recuerdo nada memorable que
hiciésemos. O quizás no quiero recordar nada. Estoy mejor si no recuerdo. Ana
no ha llamado. Natalia, la camarera de la que te hablé, la que trabaja en el
Potemkin me ha escrito para quedar, pero me siento como una mierda. Quiero acostarme
con ella. Quiero llorar. Quiero vomitar. Lo que sea me vale, cualquier cosa
ahora me vale.
Marcos vuelve a llamar. Abro otra cerveza. Quiere
ir al cine. Dice que me vendrá bien. Le digo que no. Quiero estar solo. Quiero
hablar con Ana, pero no recuerdo su número. No quiero recordarlo. Ella no me va
a llamar. Me gustaría llamar a la camarera. Y decirle, hola Natalia, ¿qué tal?
¿Yo? Todo bien. Y que todo estuviese bien, pero el padre de Mauro quiere que
hable en su entierro. Mauro ha muerto.
Cuelgo. No quiero que Marcos me escuche llorar. Busco
por la cocina algo. Lo que sea. Una botella roñosa con dos dedos de anís. Intento
llorar. No hay nada más que beber en casa. Quiero llorar. Quiero borrar la
última semana de mi vida; pero aún no han enterrado a Mauro, y aunque no
quiera, eso sí lo recuerdo. El teléfono suena de nuevo. Las lágrimas llegan
cuando ya nadie no las esperaba, pero no siento alivio. Pensé que sería
diferente. ¿Cuándo fue la última vez que lloré? El teléfono deja de sonar. Suena
otra vez. No es Ana; y solo quiero hablar con Ana, tener algo que decir en el
funeral, y no tener que armar la vida de un amigo muerto en pedazos. Los pedazos
son piezas que no encajan. Quiero que todo esto pare y llorar, llorar de verdad.
Las mujeres saben llorar. Los hombres no tenemos práctica. Quiero sentirme
mejor después de un rato. Ana sabe de eso. Quiero acostarme con Natalia sin
terminar llorando en sus caderas y que le de bajón todo este melodrama de un
tío que apenas conoce. Suena el teléfono. Nunca va a dejar de sonar. Quiero a
Ana, a Mauro, a Natalia aquí ahora. Quiero a Esther fuera de esa cama horrible.
Me digo que ella está mejor y que tal vez salga a tiempo para el funeral. No
está mejor. El teléfono suena de nuevo. Descuelgo. ¿Qué otra cosa? Es Marcos,
pregunta si estoy bien, está preocupado. Le digo que no.
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