A UN PASO DEL VACÍO

(Piezas de un puzle que no encajan)

David Yanez


CAPITULO 3




30 de octubre, Teo

Aún apenas ha amanecido cuando el timbre restalla como un calambre. La impresión aterradora me hace saltar de la cama. ¿Quién llama a estas horas? Intento ponerme en pie, la cabeza aún nubosa y la vista aún nublada.  ¡Voy, voy…! Grito desde el cuarto. ¿Por qué le pasan cosas malas a la gente buena?

La puerta se abre y ante mí —quiero decir—ante alguien como yo a las siete de la mañana, alguien ni con más ni con menos, sólo alguien —sí, eso me define perfectamente—, Natalia, apestando a tabaco y ondeando una camiseta tan mínima que deja adivinar todo lo que no puede verse de sus redondeces, que son muchas, variadas y abundantes. Ha salido de trabajar y anda con la neura.

Me da dos besos que suenan como una vieja canción de Los Piratas. Me gastaba el dinero del mes en discos entonces. Aquella canción sonaba en bucle cuando nuestras bocas se encontraban en el sofá en primero de carrera. Aún me encanta esa canción. Su padre no paraba de decirme, una y otra vez, que su hija no estudiaba porque yo la distraía demasiado sentado en aquel mismo sofá. Y yo nunca tenía nada ingenioso que responder. A mí tampoco me sobraba mucho tiempo para estudiar, pero yo no penqué.

La sigo por el pasillo como un zombi de los que no corren. La pierdo de vista en el pasillo. Entra. Sale. Abre armarios. Salta de aquí allá por la cocina como uno de esos mapaches de Instagram y se pone a hacer café. ¿No quieres dormir? alcanzo a decir. Nah, estoy desvelada. No se va a disculpar por sacarme de la cama a las siete de la mañana así que no insisto.

La sigo hasta el salón mientras habla de cosas. Habla de Esther, que aunque está a punto de hacerle una visita a Mauro está más sexy que nunca allí postrada en la cama del hospital como una Maja vestida de blanco y verde. Habla de Mauro. Repito la versión oficial sobre el accidente, paso por alto los detalles y que sus últimas palabras no fueron de despedida, sino de terror. Sólo dijo que se asfixiaba. Javi, su mejor amigo, le sostenía la cabeza cuando dejó de hablar. Creo que le conozco.

Natalia habla más acerca de Javi. Dice su nombre muchas veces. Se deben estar enrollando. Natalia no tiene amigos. Creo que conozco a Javi, pero no sé quién es.

Me cuenta que ha dejado el colegio de abogados y que ahora mismo no le apetece volver a pasar por el aro de los currículos y las entrevistas de trabajo. Intenta no dar detalles, pero termina por sonar como una canción de Jarabe de Palo en bucle. La dejo hablar. No soy alguien interesante hasta pasado el mediodía y este año he aprendido que a las mujeres hay que dejarlas hablar cuando quieren hablar. Mientras hace recuento de lo que le ha pasado desde que no nos vemos mis ojos se cuelan en su escote. Dios conduciendo un Cadillac por la polvorienta interestatal 76 en superpanorámico.

La cabeza aún me pesa como si la tuviera llena de agua. Agua. Le digo que si quiere darse una ducha antes de dormir. Por fin deja de hablar. Dormir. Pagafantas. Natalia tiene unas tetas que podrían arreglar la mesa coja de mi vida. Dormir. Sólo dormir.

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